El hombre danés

La película La chica danesa cuenta la historia de una de las primeras operaciones de cambio de sexo. Está basada en la novela homónima de David Ebershoff, que a su vez se basó vagamente en la biografía del paciente, creando un personaje idealizado que tenía poco en común con la realidad. Entre otras cosas, la novela omite que fue un trasplante de útero lo que acabó con su vida, y no una vaginoplastia. Y es que la épica de un médico que desafía las normas para ayudar a una valiente persona trans no hubiera resistido este detalle histórico. Los avances que hicieron posibles los trasplantes no se produjeron hasta 30 años más tarde, lo que nos obliga a preguntarnos si fue un acto de compasión o un caso más de experimentación humana. Lamentablemente, los registros médicos se perdieron durante la segunda guerra mundial, por lo que no se puede decir con seguridad que este fuera el primer trasplante de útero de la historia.

Gerda y Einar Wegener.

Einar Wegener nació en 1882. De niño se divertía jugando con soldaditos y muñecas, cosiendo, bordando y metiéndose en peleas. Se avergonzaba de ser un niño un tanto afeminado. Durante los largos paseos con su hermana aprovechaba para pasear a su muñeca en el carricoche sin que nadie lo viera. Cuando cumplió 19 años se mudó a Copenhague para estudiar bellas artes, donde conoció a la artista Gerda Gottlieb, con la que se casó poco después. Sus emotivos paisajes se volvieron muy populares en la escena local. En cambio, los retratos que pintaba Gerda chocaron con el sexismo de la época, tanto porque la artista era mujer como por su contenido lésbico.

“Lili” nació cuando el artista posó para un cuadro de su mujer. La modelo había cancelado a último momento y sólo le faltaba pintar las piernas, así que este se subió al pedestal con vestido y zapatos de tacón. La experiencia le trastocó hasta el punto de crear una nueva identidad. Es entonces que empieza a hablar de “Lili” en tercera persona, como si fueran dos almas compartiendo un mismo cuerpo. “Lili” se convirtió en una invitada habitual en fiestas y galerías de arte, a quien Gerda presentaba como una prima distante.

En 1912 se trasladaron a París, donde el trabajo de Gerda era más aceptado. Con el tiempo llegó a convertirse en una figura destacada, cuyas ilustraciones aparecían habitualmente en revistas de moda y de la élite intelectual. Sus retratos se volvieron más atrevidos, pintando escenas de erotismo lésbico que se compartían en álbumes ilegales. Hay rumores de que ella misma era lesbiana. Durante años la pareja llevó una intensa vida artística y social. Einar disfrutaba apareciendo como “Lili” en público y convenciendo a los hombres de que era toda una mujer. Una noche, el dueño de un bar de la rive gauche le pidió que dejara de bailar con su íntimo amigo Claude LeJeune para evitarle problemas con la policía. A la noche siguiente, Claude y “Lili” se presentaron en el mismo bar y bailaron durante horas, ganándose los elogios de los presentes y del dueño.

La siesta, de Gerda Wegener (1922)

Todo cambió en 1929. Einar tenía 47 años cuando su salud mental empezó a deteriorarse. Cayó en una profunda depresión, dejó de pintar y se aisló. Ningún médico sabía cómo ayudarle. Uno llega a sugerir que podría ser homosexual, lo que le enfurece. “Si [Gerda] no hubiese salvado la situación al carcajearse, repudiando aquello como una absurda suposición, hubiera agarrado a aquel sujeto del cuello”, escribe en su diario. En el invierno de 1930 decide que solo le queda el suicidio, y fija la fecha en mayo. Pero Gerda insiste en que vea a un médico extranjero que se encuentra de visita en París. Es el profesor Kurt Warnekros, de la clínica de mujeres de Dresde. Einar se queda inmediatamente deslumbrado por el alemán, a quien describe como “un hombre alto y apuesto”, cuyos ojos azules, “brillantes y oscuros al mismo tiempo, irradiaban un encanto extraño y cautivador”.

En seguida se traslada a Berlín, donde le examina Magnus Hirschfeld, un sexólogo famoso por su defensa de los derechos de los homosexuales, y por acuñar los términos transexual y travesti.  Los hombres no son bienvenidos en la clínica de mujeres, por lo que primero deberá pasar por una castración. La noche antes de la cirugía le invaden las dudas. “Soy como alguien que intenta navegar bajo una catarata – meditó -, noto como la corriente ha hecho presa de mí, ya no sé hacia dónde voy. Quizá hacia mi absoluta destrucción…, pero…ahora…ya a medio camino, es tarde para dar la vuelta. He tomado una decisión. No puedo volver.” Antes de operarle, le hacen firmar un documento renunciando a cualquier responsabilidad legal en caso de fallecimiento.

Hay rumores de que Einar podría haber sido intersexual, y que en una de las cirugías encontraron ovarios atrofiados, pero Hirschfeld no lo cree. “Muy femenino en su habitus y sobre todo en sus movimientos, el sujeto no presenta la menor traza de hermafroditismo somático, ni tampoco de androginia pronunciada. […] No podemos verificar su afirmación de que encontraron, durante la intervención, restos de ovarios”, escribe. El médico también nota que “se defiende con indignación contra la sospecha de homosexualidad.” No deja de ser curioso que este sea el único testimonio médico que se ha conservado sobre su caso, publicado años después en un libro sobre transexualidad. Tanto Gerda como sus amigos añadieron cartas y notas, pero el doctor Warnekros, que le operó varias veces y lo acompañó en sus últimos momentos, se limitó a dar su visto bueno.

Unos días después de la intervención, el artista se traslada a Dresde para ser admitido en la clínica. Allí le trasplantan un ovario de una mujer de 27 años. En aquella época el sexo se asociaba sobre todo a las gónadas, por lo que pide el cambio legal al gobierno danés justo después de esta operación. Tras el trasplante de ovario le extirpan el resto de sus genitales masculinos y le practican una vaginoplastia usando una porción de su colon. También le insertan un catéter que se obstruye varias veces, por lo que tienen que volver a operarlo de urgencia y sin anestesia.

La historia podría haber acabado aquí. Finalmente se recuperó y volvió a Copenhague, donde consigue un permiso real para divorciarse de Gerda, y un pasaporte con el sexo femenino y su nuevo nombre: Lili Ilse Elvenes. Poco después inicia una relación romántica con Claude LeJeune. En sus diarios queda claro que, para él, ser mujer significa adherirse a una feminidad exagerada. “Él era alguien ingenioso, sagaz e interesado en todas las cosas: un hombre reflexivo y cuidadoso. Yo era bastante superficial, de manera deliberada, ya que tenía que demostrar día tras día que era una criatura diferente a él, yo era una mujer. Una mujer ingenua, caprichosa y superficial, enamorada de los vestidos, del disfrute y, sí, creo que incluso infantil”. Es posible que “Lili” fuera una manera de aceptar su atracción por los hombres. Si Einar dejaba de ser Einar, si dejaba de pintar, cambiaba su pasaporte, su personalidad y hasta su cuerpo, podría convencerse a sí mismo y al mundo de que era una mujer y de que su sexualidad era normal. Cuando se descubre admirando un paisaje con mirada de artista se sobresalta. “Esos no son mis ojos…son los ojos de Einar… ¿todavía no ha muerto dentro de mí?… ¿Nunca tendré paz?” Aunque algunos lo ponen en duda, en su diario afirma que Claude le propone matrimonio. Quiere que se marchen a Turquía para empezar una nueva vida juntos como marido y mujer.

No había pasado un año desde que se fue cuando decide volver a Dresde con la excusa de pedir permiso al doctor Warnekros para casarse. Su verdadera intención es volver a pasar por el quirófano. Warnekros acepta el encargo y le practica un trasplante de útero. “Espero que estés de acuerdo conmigo en mi deseo de ser madre, tener un hijo,” escribe en una carta desde la clínica, “no hay nada que más desee que demostrar que [Einar] ha sido completamente expulsado de mi interior, está muerto. Dar a luz a una criatura me convencerá de manera inequívoca, de que he sido una mujer desde el principio.”

Los álamos en el fiordo de Hobro, de Einar Wegener (1908)

“No puedo escribir acerca de mi última operación, ha sido un sufrimiento infernal”, es lo único que llega a anotar sobre la intervención. Esta vez las complicaciones son demasiado graves y no consigue recuperarse. “Ya hace dos meses que el estricto doctor me retiene en esta cama. Han sido tiempos terribles y estoy extenuada.” Tres meses después del trasplante, a los 49 años, fallece en la clínica.

Las operaciones pueden parecer la última esperanza de una persona decidida a acabar con su vida, pero el resultado fue que Einar murió lentamente. Aunque las cirugías se hacían en un ambiente estéril, todavía no había antibióticos para tratar las infecciones. Tampoco había analgésicos para calmar el dolor, aparte de la morfina. Es probable que los médicos de Berlín fueran conscientes de sus limitaciones, y que por eso tuviera que declarar que se operaba bajo su propio riesgo. Warnekros también debía saberlo. Esto no le impidió tratarlo con condescendencia, negándose a responder preguntas sobre las operaciones. Y, a pesar de los enormes riesgos, volver a operarle. Los inmunosupresores que evitan el rechazo de los órganos trasplantados fueron descubiertos en1962. Hasta entonces, todos los pacientes que lo intentaron fallecieron, con la excepción de un caso en el que donante y receptor eran gemelos idénticos. Incluso si el trasplante hubiera funcionado, era imposible que pudiera realizar su deseo de tener hijos. El artista idolatraba al médico, a quien consideraba “su amo, su creador, su profesor”. ¿Es posible que Warnekros se aprovechara de estos sentimientos para intentar hacer historia?

Hay otra pregunta clave para entender los trasplantes de útero. Los úteros, en contra de la creencia popular, no existen por sí mismos. Es un órgano de la anatomía femenina, y sólo puede existir si está conectado a un corazón que le dé sangre, a unos pulmones que la oxigenen, a riñones que la filtren, a un sistema nervioso que lo enerve y a un sistema digestivo que lo nutra. El útero existe, siempre, dentro del cuerpo de una mujer. Hoy en día, la histerectomía para trasplante es compleja y muy delicada. Sería lógico que, en 1931, los médicos necesitaran varios intentos para obtener un útero viable, y Warnekros lo consiguió sorprendentemente rápido. ¿Quiénes fueron esas mujeres? ¿Estaban vivas durante la donación? ¿Lo hicieron de forma voluntaria? No sabemos sus nombres, su edad, cómo vivieron ni de qué murieron. Lo único que importa es que sus órganos estaban disponibles para un hombre que los quería.

Al final de la película Einar yace en el jardín de la clínica, unos días después de su última operación. Le acompaña una Gerda relegada al papel de cuidadora, de la que apenas sabemos nada más allá de su devoción por su marido. “Soy completamente yo misma”, dice con su último aliento. Esta frase sirve para exonerar a los médicos. Einar siempre fue “Lili”, y las intervenciones le permitieron vivir como tal, aunque fuera por poco tiempo. La versión edulcorada de La chica danesa no admite matices, como que “Lili” fue un juego de artistas durante años antes de que empezara la depresión, o que su larga amistad con Claude sólo se convirtió en romance cuando Einar pasó a ser legalmente mujer. Más allá de su motivación, las cirugías le causaron gran sufrimiento sin convencerlo de que era una mujer, hasta el punto de que deseaba ser madre sólo para estar seguro que de ya no era hombre. En mi opinión, Einar fue víctima de un médico que buscaba sujetos vulnerables para hacer experimentos imposibles.

Fuentes:

Elbe, L. y Hoyer, N. (2022). Lili. Retrato de la primera transición de género. Uve Books

Hirschfeld, M. (1936). Le Sexe Inconnu. Editions Montaigne

www.lilielbe.org

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